lunes, 28 de julio de 2008

Reloj, no marques las horas

«Quevedo decía que sólo lo fugitivo permanece y dura. Priestley hablaba de la herida del tiempo. Horacio, mucho antes, aconsejaba al lector de sus odas que aprovechase, a bocados, el momento. Carpe diem, hic et nunc (aquí y ahora), fugit tempus. Buda y Laotsé pensaban lo mismo. Omar Khayyam lo remachó en uno de sus rubaiyatas: “Hay dos días por los cuales mi corazón jamás ha languidecido… Ése que ya pasó, ése que no ha llegado todavía”. Folleu, folleu que el món s’acaba.

Al hombre occidental le angustia el tiempo; el oriental cree que no existe. Fue el judeocristianismo quien lo inventó: creación ex nihilo, Juicio Final. Con esos dos conceptos, que ninguna religión ―fuera de las tres del Libro― comparte, nació la idea de la Historia, de un tiempo lineal que avanza como una flecha desde el hágase la luz hasta la Segunda Venida, no se detiene, no retrocede, puede escandirse y medirse, tiene un antes, un durante y un después, y está, en consecuencia, sometido al tictac inexorable del reloj.

En Oriente, por el contrario, aseguran que el tiempo es circular, que todo se repite, que la historia es eterno retorno de ciclos que se encadenan y que las cosas del mundo no se suceden, sino que, simplemente, suceden. Es el illud tempus, el del érase una vez de las leyendas, las fábulas infantiles y las escrituras sagradas, el de la Edad de Oro, el de la serenidad apolínea y la ebriedad dionisíaca, el del nada importa nada de los cínicos, los estoicos y los epicúreos. En él no cabe la Caída ni, por lo tanto, el deterioro y la muerte. Es probable que el hombre feliz no tuviera camisa en la época de Las mil y una noches, pero es seguro que ahora no tiene reloj. Mi amigo Jodorowsky, de hecho, no lo tiene. Palabra. Y yo lo envidio. ¿Cómo se las apañará para no perder los aviones? Cuando se lo pregunto, sonríe. ¿Será que los pierde? Vive cada minuto de tu vida, aconsejan los chamanes, como si fuera el último, y así tu hora será siempre la de la verdad.

¿Relojes? En los del mundo antiguo, cuando lo eran de sol, había una frase inscrita: Omnia vulnerant, ultima necat (todas las horas hieren, la última mata). Esa certidumbre es, en definitiva, el mecanismo secreto que mueve las agujas del reloj. La inmortalidad se alcanza parándolas.»

Reflexionen, amigos.

Fernando Sánchez-Dragó

miércoles, 23 de julio de 2008

El Gran Silencio

El documental El gran silencio, del director Philip Gröning, describe la vida dentro de la Gran Cartuja de Grenoble, monasterio situado a los pies de los Alpes franceses.

En 1984, tras una estancia de seis meses en un monasterio cartujo, el director Phillip Groening pidió permiso a la orden para poder rodar allí. Le dijeron que era demasiado pronto. Dieciséis años después recibió una llamada. Había llegado la hora. Los preparativos llevaron dos años, el rodaje uno y la postproducción dos más. Han transcurrido, por tanto, veintiún años hasta su completa finalización.

Presentada en el Festival de Venecia y premiada en los festivales de Sundance (Gran Premio del Jurado) y en los Premios del Cine Alemán (Mejor Documental), el film ha sido un gran acontecimiento cultural en Alemania, Italia y Austria, donde ha arrasado entre público y crítica.

Una película austera, cercana a la meditación, al silencio, a la vida en estado puro. Sin música excepto los cantos de los monjes, sin entrevistas, sin comentarios, sin material adicional. Ciento sesenta minutos de gran cine, de cine en silencio. Cambian las estaciones, los elementos cotidianos se repiten. Una película que no representa un monasterio sino que lo muestra. Una película sobre la presencia absoluta, sobre unos hombres que entregaron su vida a Dios en su forma más pura: la contemplación.

Trailer en Youtube:

http://es.youtube.com/watch?v=h19yNjjlwiI

viernes, 18 de julio de 2008

La historia de las cosas

http://video.google.com/videoplay?docid=-5645724531418649230

lunes, 7 de julio de 2008

Las pelotas de colores I

Comenzaron por los juegos malabares, y desde el principio Rob supo que jamás sería capaz de realizar ese tipo de milagro.

-Ponte erguido pero relajado, con las manos a los lados del cuerpo. Levanta los antebrazos hasta que quedan paralelos al suelo. Vuelva las palmas hacia arriba. – Barber lo escudriñó críticamente y asintió-. Simula que sobre las plasmas de tus manos he dejado una bandeja con huevos. No puedes permitir que la bandeja se incline siquiera un instante, pues se caerían los huevos. Pasa lo mismo con los malabarismos. Si tus brazos no están a nivel, las pelotas rodarán por todas partes. ¿Lo has entendido?

-Sí, Barber.

Tuvo una sensación de angustia en la boca del estómago.

-Ahueca las manos como si fueras a beber agua de cada una. –Cogió dos pelotas de madera. Puso la roja en la mano derecha ahuecada de Rob, y la azul en la izquierda-. Ahora lánzalas hacia arriba como hace un malabarista, pero al mismo tiempo.

Las pelotas pasaron por encima de su cabeza y cayeron al suelo.

-Presta atención. La pelota roja subió más porque en el brazo derecho tienes más fuerza que en el izquierdo. Por consiguiente, has de aprender a compensarlo, a hacer menos esfuerzos con la mano derecha y más con la izquierda, ya que los lanzamientos deben ser equivalentes. Además, las pelotas subieron demasiado. A un malabarista le basta con echar hacia atrás la cabeza y mirar hacia el sol para saber dónde han ido las pelotas. Éstas no deben superar esta altura –palmeó la frente de Rob-. De esta forma puedes verlas sin mover la cabeza. Algo más. Los malabaristas nunca arrojan una pelota. Las pelotas se hacen saltar. El centro de tu mano debe sacudirse un instante a fin de que el ahuecado desaparezca y la palma quede plana. El centro de tu mano impulsa la pelota en línea recta hacia arriba, al tiempo que la muñeca da un pequeño y suave giro y el antebrazo, un debilísimo movimiento ascendente. No debes mover los brazos desde el codo hasta el hombro.

...

-Parece más difícil de lo que en realidad es. Lanzas la primera pelota. Mientras está en el aire, pasas la segunda a la mano derecha, la mano izquierda coge la primera pelota, la derecha lanza la segunda y así sucesivamente. ¡Vamos, vamos! Tus lanzamientos envían rápidamente hacia arriba las pelotas, peo éstas bajan mucho más despacio. Ése es el secreto del prestidigitador, lo que salva a los prestidigitadores.

Fragmento de El Médico
Noah Gordon

domingo, 6 de julio de 2008

Extranjero


Tu Cristo es judío
Tu coche es japonés,
Tu pizza es italiana,
Tu democracia es griega,
Tu café es brasileño,
Tus vacaciones son marroquíes,
Tus cifras son árabes,
Tus letras latinas,
¿Y te atreves a decir a tu vecino extranjero?

sábado, 5 de julio de 2008

No tener nunca

No tener nunca que mentir a nadie y mucho menos a uno mismo.

No odiar. Gozar cuanto sea posible. No tener pleitos. No soportar yugos ni cadenas. No querer tener siempre la razón. Saber descubrir la belleza y la bondad ocultas.

Tal vez, esas pequeñas cosas, son lo que llamamos felicidad.


Jesús Quintero